Coatlicue del Museo Nacional de Antropología y fondo del Zócalo de la Ciudad de Méxic. Fotocomposición de Arcano Radio. |
En esta edición de Los Equidistantes:
* Los miedos del Eunuco
Por Mario Luis ALTUZAR SÚAREZ
* El corajudo
Por Raúl VERA SÁNCHEZ
* InfraRetrato
Por Román LOGLEZ
* COATLICUE
Por Roberto LÓPEZ MORENO
Los miedos del Eunuco
Por Mario Luis ALTUZAR SÚAREZ
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El corajudo
Por Raúl VERA SÁNCHEZ
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Desde la profundidad
de sus miedos, el Eunuco convoca a sus socios. ¿Cómo proteger el producto del
saqueo nacional? La respuesta es sencilla: Legalizarse la victimización de
los criminales y criminalizar a las víctimas. ¡Juego de palabras! Dice
irritado. ¡Para nada!, le dice un asociado con gran expediente en la DEA en
funciones de Gran Senecto. Explica que un trabalenguas convertido en Ley
perseguirá a los que intenten cuestionar el origen de su riqueza… bueno, la
de todo el equipazo. ¡Y lo mejor! Será un dulcecito para los morenos de verde
encascados. La lógica reflexión: Si fueron cómplices, que asuman su
responsabilidad. Un proceso que se agiliza. Y el Eunuco se siente con ínfulas
de Estadista. ¡Se robó a un país con sus millones de habitantes! En una
prestidigitación maestra al haber sometido la democracia a las urnas sin
capacidad de ser respetado el resultado por los miserables acosados por la
persecución carcelaria o de la anónima desaparición. ¡Qué habilidad política!
Y todo ante los incrédulos ojos de la indignación mundial y nacional. ¿Qué
importa? Es cuestión de seguridad nacional… calmar esos miedos en la
profundidad del Eunuco y asociados que se protegen en una dictadura. Una
ingeniería tan similar a la del crimen organizado… ¡ni más ni menos que la de
ellos!
Diciembre 15 de 2017
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Yo fui un
hombre muy bravo reflexiona –hoy en un asilo- el viejo Nicolás, desde chamaco
fui así, recuerdo que cuando tenía siete años mi Mamá me dio unos cuartazos
porque hice mal un mandado y todo ese día no le comí nada de lo que me
ofreció; al contrario le vele el sueño y en la oscuridad de la noche me salí
de la casa para nunca más volver, estuve caminando sin ver hasta que amaneció
pero ya para esa hora estaba cuando menos a quince leguas de mi casa, cuando
me encontraron unos arrieros y con ellos me pegue de ayudante de lo que
podía, únicamente por la comida durante casi tres años.
En un
viaje a San Juan Bautista, me les pelé y me quedé en la ciudad trabajando de
lo que pude, hasta que una vez a fuera de una cantina vi a dos hombres que se
peleaban y a uno de ellos se le cayó un reloj y estuve dos días afuera de la
cárcel esperando hasta que lo soltaron y le entregue su reloj y él en
recompensa me llevo a su finca y medio un trabajo que me duro media
vida; recuerdo que cuando ya tenía yo como veinte años me llego
buscando mi hermano mayor para que fuera yo a ver a mi Mamá, pero yo
únicamente le di dos pesos plata para que se los llevara y le pedí que nunca
más volviera a buscarme.
Como al
año de eso un hombre de Guatemala me arrebato un azadón con el que estaba yo
trabajando y ahí mismo lo maté; y tuve que huirme dejando todo en la
finca, por eso creo que mi familia han sido mi sal. Con las
mujeres tampoco he tenido suerte, porque son seres que nomás no entienden, tu
les ordenas una cosa y de inmediato buscan la manera de contrariarte.
Recuerdo que a mi primer mujer la deje a los ocho días de juntados,
nomás porque tenía la maña de hablarme cuando estaba yo cagando; ya se lo
había advertido y ese día cuando iba a tomar mi café me vinieron las ganas y
salí al patio; estaba yo sentándome cuando empezó a gritarme por mi nombre
para decirme que ya estaba el café; ahí se lo deje servido, salí del inodoro
y nunca más me volvió a verme.
Junio 29 de 2017.
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InfraRetrato
Por Román LOGLEZ
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Coatlicue
Por Roberto LÓPEZ MORENO
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Recuerdo
al abuelo Lorenzo González; cerca de pita y ciruelas; casa amplia de guano y
madera. La iglesia del pueblo, al frente; adornado su atrio con papel picado.
La algarabía de los chicos corriendo por el extenso jardín, sobre pasto
de estrella. La tenta, el burrito, el toca toca, las canicas y las puyas, no
faltaban en ese mundo infantil, bajo la mirada de jóvenes y grandes. El cielo
azul adornados de formas y colores saturados de mariposas, estrellas, soles,
cometas y águilas inertes. Unos, con colas gigantes armados hasta los
dientes asesinando a los pequeños que, desarticulados viajan a la
deriva para fenecer en el vacío y en las vorágines del día. Todo, todo era
alegría. Nadie faltaba de la aldea, por la tarde, reunirse con fines
recreativos distintos; mientras, el abuelo prepara su discurso narrativo a
los chicos, con fantasías y realidades, que hacen mellas a las mentes
infantiles, viajando por el mundo, el universo, la historia, de héroes y
bandidos, de personajes buenos y malignos, cada uno construía su mundo salido
de la voz cálida y sonriente del viejo, sabio en el manejo de la narrativa.
Después de un gran lapso de tiempo, cuando el manto cuervo cubre el día, el
abuelo Lencho, deja los cuentos de fantasma y aparecidos y los oyentes
difíciles irse solos. Algunos se persignaban y otros rezando, pegaban
el tropel por todas las veredas de calles inluz; acompañados solos de los
cucayos que fluían como sombras fumando en la oscuridad, hasta llegar, a sus
aposentos; con la promesa de no repetir llegar indes-hora sin orden de mamá y
papá. En una tarde muy hermosa los niños salimos corriendo
espantados, pues unos demonios perseguían a la gente y agarraban a los
más pequeños; portaban látigos, agua, huevos con harina y las lanzaban por
doquier o directo hacer contacto con algunos de los presentes a quien
por mala fortuna le tocaba ser mojado o con el rostro totalmente blanco. Todo
una gran bulla, los demonios tocaban tambor y pito y la danza no faltaba. De
pronto gritos desgarradores de mujeres y voces altas de hombres: !!Se muere
el abuelo, se muere el abuelo!! Shipo y Leonardo, trataban de reanimarlo, con
masaje en el pecho y respiración de boca a boca y el mundo se paralizo, ya no
sonaron los pitos y los tambores alegres, ahora se dejaba escuchar solo la
marcha y redoble fúnebre, acompañando al viejo a tomar su canoa por las
corrientes cristalinas de las venas del universo hacia el inframundo y,
se acabaron los cuentos las y leyendas. Se acabaron las anécdotas y las
historias, de aquel hombre bonachón, grande y moreno. Se fue el abuelo
Lorenzo y con él, el libro mágico que transportaban a los niños, jóvenes y
grandes, al mundo maravilloso de la imaginación.!!
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Dios te
salve Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra.
Luz tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar
de corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde
parte y a donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna,
tiernamente terrible, míranos crecer, multiplicarnos, pegados a tu difícil
carne litográfica, en tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el
cosmos. Tú, la sabia, la que elevas las serpientes de la tierra hasta las sienes,
hasta la altura de los pensamientos; tú, la docta, eje de roca, binomio que
fusiona tierra y cielo; tú, la culta, eleva nuestro barro hasta tu altura,
enciéndenos, con esa incandescencia de la entraña de la que proceden tu
belleza de espanto, tu ríspida ternura, los dos ofidios en los que se besan,
arriba, las sangres de la vida y de la muerte. Madre: cuando juntaste el
cielo con la tierra para crear la chispa del milagro, una palabra, un acto,
un testamento, se hicieron a sentar su sitio en el espacio. Así naciste el
tiempo, en el interior de esta la nuestra casa, un manojo de células apenas
para medir el río de la sangre, para medir el miedo y la alegría, el dolor,
los dolores: el del hueso y el del pensamiento; para medir la dicha y el
placer, el odio y el terror, y las canciones. Total, todo entraba dentro del
ámbito de aquel milagro. Y hubo más: la arteria plural creció sus redes en la
penumbra del rectángulo, se amplió hacia los destinos de la carne; hubo un
vientre que se vistió con el dolor de las prisiones, que se nutrió con el
alcohol homicida de la mitad de la calle, con el ansia del mercader, con el
desencanto del baldado; hubo un vientre que mordió el amargo por los
desheredados, por los desposeídos, por los que llevan la vida como un puñal clavado
entre los días, por el cuchillo que empuñó el suicida. Pero también tocó la
luz, la hizo, y ahí; en el centro de la luz y de la sombra, creció la
eternidad del sumo verbo. Madre: cuando juntaste el cielo con la tierra
estallaste la chispa del milagro. Diosa te salve, Coatlicue, padre nuestro
que estás en el universo, zumo de tu principio dual. La enorme culebra de tu
centro aparece debajo de tu falda para lancear las humedades de la primavera,
para hacer girar los astros sobre el brioso eje de tu punzada exacta. Diosa
te salve, Coatlicue, padre nuestro, trinitaria estructura en ascenso de sus
trece cielos, garras de águila. Madre nuestra: levántanos, agítanos; míranos
ciegos, postrados, inmóviles, con el aliento vencido ante el pavor por la
misteriosa simetría. Hijos de tu vientre telúrico, frutos de tu útero de
lava, niños somos del terror con el que la tierra alcanza su alegría.
Míranos, madre, míranos ciegos. Indefensos ante el terremoto, entre los
dientes bestiales de la tormenta, reos del miedo, y del valor del necio, bajo
el fogonazo del relámpago. Cúbrenos, madre, bajo tu falda de serpientes, en
medio de tu sínodo de estrellas, en la adolorida cruz de tu cuerpo de piedra.
Nosotros, los planetas de tu entraña te ofrendamos la evanescente algarabía de
los cascabeles con los que nos dotaste para el canto.
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