Crisálida. Oleo. Emilio Juárez |
Diamante
coral
Por
Roman Loglez
Jacinto se
vio asombrado por la forma de vida que le tocó vivir; no podía salir de su
miseria e imploró al cielo que le cambiara su suerte. Salió de su desmonte y
se dirigió a su hogar, no sin antes cortar Chives de montaña para que coman
sus hijos. Iba pensando como tener y dar a su familia una vida digna. Al
llegar, sus hijos pequeños salieron a buscarlo a unos pasos de la puerta; se
le guindaron los tres pequeños en sus piernas. Al igual que su pequeña
mascota. Rápidamente se despojó de cuanto traía y entregó a su mujer, los
Chives de montaña que de inmediato ella cocinó, mientras Jacinto acostado en
su muñida hamaca, descansaba, pero su mente fija en un objetivo: como cambiar
su vida mundana e ingrata con él. Su mujer lo interrumpió con la jícara de
pozol y su plato con tres tremendos tacos de chive sancochados, terriblemente
ensalzado en tortillas calentadas hechas a mano sobre comal. Lo tomó, ya que
él, acostumbraba comer en la hamaca. Giro levemente la cabeza y con el
rabillo de sus ojos vio a sus hijos comer sobre una pequeña tabla feliz.
Llegó la noche y se dispusieron a dormir en sus pequeñas camas de palitos
tejidos, que su padre les hizo. El y su anushiel, en la más grande y se quedó
profundamente dormido. Jacinto se levantó, tomo su herramienta de trabajo
después de beber su pote de café y un trozo de pan y salió a su diaria
rutina. Iba pensativo y al cruzar un pequeño arroyuelo, se topó con un
anciano que enseguida se emparejo en una animosa charla por el camino hacia
su sembradío con rumbo al oriente. Al llegar a una bifurcación, uno al norte
y otro al sur, le dijo el anciano: --"bueno mi estimado Jacinto, yo tomo
la derecha por ahí queda mi pequeña milpa, pero antes te voy a contar un
secreto, pero me prometes que también ayudaras a otros. Jacinto no entendió
aquellas palabras, pero asintió con la cabeza. Mira, sé que quieres cambiar
tu forma de vida y darles a tus hijos lo mejor responsablemente; vete al
corral del compadre Pedro, pero eso sí, tiene que ser a las nueve en punto de
la mañana y te paras en silencio e inmóvil en la parte poniente del poste del
centro, allí veras que, de su tronco, conforme vaya calentando el día,
aparecerá el coralillo a tomar el sol. Tú de inmediato te quitas la playera al
revés y se la tiras encima y lo tapas con tu sombrero; esperas unos segundos
y después quitas tu sombrero y levantas la playera, verás que el coralillo
quedó profundamente dormido y a lado de su boca un pequeño "
diamante", lo tomas con tu mano izquierda y, tienes exactamente una
hora para ir al banco, sacas todo el dinero que necesites y te vienes a
devolver el diamante y cuando se cumpla la hora, veras que el coralillo
despertara, tomara su diamante y desaparecerá ante tu vista pero tú ya tienes
el dinero porque también te volviste invisible cuando fuiste al banco. Recuerda
Jacinto: ¡no ambiciones y pasa el consejo, recuerda Jacintooo!!" zass!!,
que despierta agitado de emoción. Jacinto entonces, cumplió la promesa hecha
al anciano y fue muy feliz, aunque otros, a quien apoyó, no lo lograron, por
su desmedida ambición.
Julio 11/201.
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